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20 octubre
2014
escrito por jurjo

La Educación Infantil. Formación inicial del profesorado

 

Jurjo Torres Santomé

CdP 1988Cuadernos de Pedagogía

Nº 161 (Julio-Agosto, 1988) págs. 60 – 63

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Diseño de necesidades, vías, enfoques y aprendizajes que deberían contemplarse a la hora de establecer un currículum de formación para los educadores infantiles. El profesor de este nivel planifica y realiza su acción intencional como una investigación. La colaboración en diversos grados y formas con otros maestros y con otros profesionales relacionados con el ámbito educativo se considera fundamental.

La actual diversidad de programas de formación de profesionales cualificados para la educación infantil refleja la diversidad de modelos institucionales en los que estos educadores encontrarán empleo: guarderías, jardines de infancia, kindergartens, parvularios, escuelas infantiles, centros de preescolar, preescolares itinerantes, … Al frente de estos centros nos encontraremos un personal con muy diversa cualificación, desde personas con graduado escolar y un cursillo del PPO, puericultoras, licenciados (algunos de áreas lejanas a este ámbito y sin formación psicológica y didáctica adecuada para este nivel educativo), hasta maestros, unos sin especialización en preescolar y otros, los más recientes, con esta especialidad.

Esta situación viene arrastrándose desde hace muchos años y con diversas causas en su origen, más o menos confluentes. Una, muy principal, es la dispersión de ministerios con competencias en este campo educativo. En el Estado español, tres ministerios: el de Trabajo, el de Sanidad y el de Educación y Ciencia, tienen actualmente incidencia en esta etapa educativa. Tales implicaciones tienen conexión también con la cuantificación profesional exigida a las personas que desarrollan allí su trabajo. Así, el ministerio de Sanidad acostumbra a primar más a un profesional con formación relacionada con la puericultura y la enfermería; el de Trabajo, por su parte, selecciona primordialmente de entre los titulados por formación profesional y cursillos del PPO de educación preescolar; y el ministerio de Educación y Ciencia, a su vez, elige a profesores de preescolar y de EGB.

Otra de las razones que explica el panorama actual de la educación infantil son las posibilidades de negocio económico que autoriza una etapa educativa con una regulación muy escasa y deficiente. Al existir tal diversidad de centros, con la consiguiente pluralidad de rótulos (guarderías, nidos, kindergartens, escuelas infantiles, jardines de infancia,…), al no estar unificados los requisitos de titulación de su profesorado, cabe una enorme variación en los salarios, normalmente «a la baja», de los trabajadores que desempeñan un puesto laboral. También se hace posible cobrar a los padres de los alumnos la cantidad de dinero (generalmente alta) que el propietario de la institución desea; así como acoger un número de alumnos muchas veces muy superior al que permite el espacio disponible y los recursos, tanto humanos como materiales, existentes.

Esto no impide, sin embargo, que también nos encontremos con iniciativas más o menos filantrópicas y con auténticos profesionales que poseen una buena formación y gran interés, y que intentan paliar el abandonismo en que las diversas administraciones tuvieron y tienen sumergido a este nivel.Justo Aburto

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ESTADO DE LA CUESTIÓN

Podemos afirmar que la formación de profesores para las escuelas infantiles fue un nivel de formación prácticamente inexistente hasta hace pocos años; lo normal era que su preparación fuese la misma que la de los profesores de EGB y ello por la definición que de la educación preescolar hacía la administración educativa.

Aunque como desarrollo de la Ley General de Educación de 1970 se llegaron a elaborar algunas orientaciones para el ciclo de educación preescolar, 4-6 años, éstas iban en una dirección prácticamente idéntica a las establecidas para la EGB; de ahí las acusaciones de «egeibeización», de adelantamiento de los contenidos propios de la siguiente etapa a esta de educación infantil.

La especificidad de un currículum para la formación de profesores del ciclo de preescolar es reconocida teóricamente en una orden ministerial publicada en el BOE del 25 de junio de 1977, por la que se crean las cinco especialidades actuales de Magisterio. Sin embargo, en la práctica será esta un área de especialidad que tardará en implantarse. Se puede decir que hasta aproximadamente 1980 no se generaliza en el Estado español, llegando a ampliarse también como especialidad en algunas secciones de Ciencias de la Educación en Facultades Universitarias.

En las escuelas de formación del profesorado de EGB (ni siquiera se intentó cambiar su denominación añadiendo, por ejemplo, «y educación preescolar o infantil»), esta nueva especialidad se limita prácticamente a impartir algunas asignaturas específicas en el último año de la carrera o, mejor dicho, únicamente en un semestre, puesto que uno de los trimestres de tal curso se dedica al desarrollo de las prácticas y éstas no tienen tampoco por qué realizarse en aulas de este nivel educativo, valen también si se llevan a cabo en cualquier ciclo de la EGB. Con una estrategia de formación como la descrita, todos los profesores, tanto los de educación infantil como los de EGB, acaban adquiriendo unos conocimientos y destrezas muy similares, normalmente sesgados hacia la EGB.

Más reciente es todavía la selección del profesorado mediante un concurso-oposición para este nivel de escolarización. Años atrás existieron ya unas oposiciones para maestras parvulistas, pero las Escuelas de Magisterio no preparaban para éstas sino que la base era una formación adquirida o bien a título individual, o bien con la ayuda de alguna academia privada. Posteriormente, a partir de 1977, la UNED impartirá, en su modalidad «a distancia», un curso destinado a paliar estas deficiencias formativas. Los Institutos de Ciencias de la Educación de las diferentes universidades, en los últimos años, ofrecieron asimismo cursillos de formación y perfeccionamiento para los profesores de esta etapa.

En la realidad más cruda, a nivel oficial, la educación infantil fue un nivel para el que estaba generalizada la falsa creencia de que se requerían escasos conocimientos. En unos momentos todavía muy próximos a nosotros, en los que imperaban ideas totalmente incorrectas sobre lo que es un niño, y todo se media únicamente con raseros cuantitativos, estaba generalizada la idea de que podían servir como profesores para esta etapa educativa los de otros niveles superiores. Lo único que tenían que hacer era transmitir un menor numero de conocimientos, llegando de esta manera incluso a ignorar facetas del desarrollo infantil tales como la afectividad, la comunicación y expresión verbal y no verbal el juego, la higiene, la salud, etc.

La obsesión por «adelantar» la EGB era, muchas veces, el objetivo que polarizaba la vida cotidiana en las aulas. El aprendizaje de la lectura, de la escritura y de los rudimentos del cálculo aritmético, ocupaban la inmensa mayoría del tiempo disponible.

Frente a este discurso institucional u oficial, más o menos «oculto», surge y se elabora todo un pensamiento nuevo, vinculado a las ideologías de izquierda en un primer momento, dada su preocupación por las desigualdades sociales existentes, por la presión y marginación de diversos grupos sociales, etc. Tal pensamiento se nutre también de la coincidencia con un fuerte desarrollo y generalización de los estudios sobre psicología infantil y sociología de la enseñanza y del aprendizaje, así como de un gran despegue de la didáctica, que contribuirá a ir generando en el ambiente la idea de la urgente consideración de una educación infantil coherente con los descubrimientos científicos actuales. Una educación más adecuada, que preste mayor atención a las necesidades vinculadas a las condiciones de vida de los grupos sociales más desfavorecidos. Todo esto, entre otras razones, es lo que contribuirá a ir creando las exigencias de un personal fuertemente cualificado al frente de las instituciones educativas para este nivel.

El reconocimiento actual, de la etapa 0-6 años como «educativa», que establece el proyecto para la reforma de la enseñanza, viene a reflejar ya toda una serie de logros alcanzados por un amplio colectivo de personas (profesores, investigadores, sindicatos, partidos políticos de izquierda, asociaciones diversas de carácter progresista, etc.) que hasta el momento vienen ocupándose de los niños comprendidos en este período evolutivo, especialmente de los más desfavorecidos. Sin embargo, debemos reconocer que, en esta propuesta para debate, el ciclo 0-3 años queda bastante desdibujado y que, por consiguiente, es necesario prestarle una mayor atención si no queremos que en la práctica todo quede reducido a un discurso de buenas ideas pero sin una implementación real.

Los retos que este nivel de educación infantil plantea son muchos, no sólo los de una extensión cuantitativa y cualitativa de la oferta de puestos escolares, sino también la urgencia de un profesorado capaz de trabajar satisfactoriamente con estos niños. No debemos olvidar que la calidad de la educación depende principalmente del profesorado; de ahí que buena parte de los mayores esfuerzos sea necesario dirigirlos a su formación y perfeccionamiento continuado.

La formación de un profesorado capaz de realizar una función verdaderamente educativa y no exclusivamente asistencial, de guardia y custodia, pasa por una necesaria reprofesionalización de los que están ya en ejercicio y, en general, por una profunda modificación de las instituciones y currículum de especialización. Es así como se podrá ir haciendo realidad la figura del «profesor-investigador de escuela infantil».

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LA FUNCIÓN DEL PROFESOR

Forges

 

El profesorado de escuela infantil no debe ser un vehículo pasivo y acrítico de ideas, teorías y modelos elaborados por otros y cuya utilidad, racionalidad y fundamentación no se ven claras. Por el contrario, debe investigar continuamente qué ideas y teorías y qué prácticas le ayudan a crear un efectivo ambiente de enseñanza-aprendizaje para todos sus alumnos. Una adecuada formación en teoría, diseño y desarrollo curricular y unos conocimientos suficientes acerca del desarrollo infantil, de los procesos de aprendizaje, etc., juntamente con sus observaciones y reflexiones sobre la práctica escolar diaria, son un valioso camino cara a una efectiva mejora cualitativa de la educación en la escuela infantil mediante la creación, implementación y desarrollo curricular apropiados.

Todo modelo teórico o práctico que el profesor conozca precisará, a la hora de ser llevado al aula, ser sometido a prueba de nuevo, verificado y adaptado por el propio profesor a la peculiaridad de esa aula y de esos alumnos concretos. A través de su formación teórica y práctica, los profesores pueden hacer inferencias, experimentar sus ideas, intuiciones y teorías, tomar decisiones consecuentes con los datos que ellos mismos poseen, etc.

El maestro juega asimismo un papel decisivo a la hora de determinar el currículum manifiesto y sacar a la luz el oculto; o sea, en el análisis de las implicaciones sociales y de los significados que se comunican a través del uso de recursos específicos y del desarrollo de determinadas estrategias de enseñanza-aprendizaje en las aulas.

El profesor de la escuela infantil planifica y realiza su acción intencional educativa como una investigación, sirviéndose para ello de la colaboración, en diversos grados y formas, de otros maestros de la misma etapa y también de otros profesionales relacionados con el ámbito educativo, como son los pedagogos, psicólogos, pediatras y sociólogos, principalmente.

La formación de base del profesor de escuela infantil, en consecuencia, deberá estar fundamentada en un profundo conocimiento de la psicología y sociología del desarrollo y del aprendizaje infantil; en un gran dominio de la teoría, desarrollo y evaluación curricular; y en nociones y habilidades suficientes en el campo de la puericultura, la higiene y la nutrición infantil.

El educador infantil poseerá, además, conocimientos y destrezas en los campos de la expresión plástica, musical y dinámica, junto con una buena formación en la didáctica de áreas de conocimiento y experiencia adecuadas a los niños de estas edades: matemáticas, lenguaje, ciencias sociales y naturales.

Una formación científica y práctica en esta línea deberá cualificarlo para:

· En relación a los niños:

– planificar y desarrollar un ambiente que posibilite la seguridad, bienestar, salud y alegría infantil;

– diagnosticar las capacidades de los niños, sus dificultades de aprendizaje, las condiciones ambientales y el tipo y forma adecuada de desarrollo del currículum;

– ayudar y animar a los niños a ordenar sus experiencias y organizar su vida, sin amenazas ni coacciones;

– promover conflictos sociocognitivos en los niños a través de su interacción con ellos, de los niños entre sí y de los niños con el ambiente en general;

– favorecer y aceptar el desarrollo del pensamiento crítico y creativo y la curiosidad infantil,

– responder a los intereses, propuestas, exigencias y preguntas infantiles;

– organizar un entorno favorecedor de la comunicación, la sociabilidad y la colaboración de los niños entre sí y con los adultos en general;

– contribuir a luchar contra los prejuicios, falsas expectativas y estereotipos étnicos, culturales, lingüísticos y de género en el ambiente escolar;

– estimular la autonomía infantil favoreciendo la participación, exploración y descubrimiento por parte del niño;

– alentar a los niños para aceptarse y apreciarse a sí mismos y a los demás;

– proporcionar actividades y oportunidades para las experiencias individuales, de grupo y colectivas.

· En relación a la familia:

– establecer una óptima coordinación entre la familia y la escuela infantil;

– involucrar a los padres en los programas educativos;

– contribuir a preparar a los padres y futuros padres, y a los adultos interesados por los niños, para asumir sus responsabilidades en la educación infantil;

– utilizar la información sobre los niños y sus familias confidencialmente.

· En relación a su profesionalización:

– iniciar, desarrollar, y/o colaborar en trabajos de investigación sobre diseño, implementación y desarrollo curricular;

– poder trabajar en equipo y en colaboración con los adultos que rodean al niño;

– adquirir la necesaria confianza en sí mismo que le capacite para su labor cotidiana en las aulas;

– promover y fomentar su reciclaje y el de sus compañeros, con la finalidad de conseguir una mayor calidad en la educación que se imparte en la escuela infantil.

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NUEVOS RETOS

Jurga MartinNo se nos oculta que en este momento nuestro reto se encuentra con nuevos problemas, como son los derivados de una ampliación de las edades que abarca este nivel educativo. La educación infantil se estructura en dos ciclos, uno de 0-3 años y otro de 3-6 años. Si tenemos en cuenta que la educación preescolar actual sólo se preocupa de los niños de 4-6 años, ello quiere decir que la mayoría de los actuales profesores de este tramo van a encontrarse pronto con alumnos de tres años y, por lo tanto, con lagunas más o menos grandes en sus conocimientos y experiencia que dificultarán su trabajo.

Además, es fácil que alguno de los actuales maestros tengan algún que otro prejuicio ante muchas nuevas tareas con las que van a enfrentarse, como son las derivadas de la alimentación e higiene infantil. No es raro tropezarse, todavía en la actualidad, con algún que otro profesor que declara que ellos no tienen por qué dar el biberón o limpiar el culo de los niños.

Por otra parte, y ya centrándonos más en el ciclo 0-3 años, aquí la problemática se amplía y agudiza puesto que éstas son edades a las que las escuelas de magisterio no acostumbran a prestar atención. Ninguna institución universitaria tiene, como misión, en este momento, formar maestros destinados a este tramo. Por consiguiente, la formación y el perfeccionamiento del actual profesorado es una tarea obligada que la administración educativa debe afrontar inmediatamente si realmente quiere mejorar la calidad del sistema educativo en la etapa infantil.

Un problema adicional que se presenta como consecuencia de la actual propuesta de reforma es la derivada de la existencia de otros profesionales sin una titulación universitaria adecuada, trabajando ya en la educación infantil. Así, según datos del MEC, aproximadamente unas dos mil personas están actualmente vinculadas a instituciones educativas pertenecientes a las diferentes administraciones públicas con competencias en este tramo de edad. Personas no universitarias y con muy distintos niveles de formación: unas con graduado escolar, otras con unos cursillos del PPO, otras con el título de bachiller, etc. No poseemos datos de cuál es este número en los centros educativos privados, pero imaginamos que es también muy alto.

Es obvio que muchas de estas personas, aunque no poseen una formación y titulación adecuada, si tienen una experiencia fruto de largos años de trabajo, y a menudo muy interesante. Urge por ello tomar las medidas necesarias para no tirar por la borda este bagaje cultural y experiencial acumulado. Una posible solución, entre otras muchas, puede ser el tratar de implicar a la Universidad, a través de las Escuelas de Magisterio, para que ofrezcan posibilidades de una adecuada reprofesionalización a estos trabajadores. No se trataría de regalarles un título sobre la base de ofrecer una formación «a la baja». Se debería pretender organizar y ofertar los estudios necesarios, pero de una forma realmente asequible, tanto en lo que se refiere a horarios como a las metodologías de enseñanza-aprendizaje.

Es preciso ofrecerles una formación en horarios que les permita seguir compatibilizando su trabajo. Tengamos presente que la mayoría de estas personas necesitan el salario que reciben para continuar viviendo y estudiando. Asimismo, el calendario de los días de clase puede modificarse también, por ejemplo reduciendo los días lectivos durante el curso académico y aprovechando los períodos de vacaciones, tanto las de verano como las de Semana Santa, Carnaval y Navidades, para cursos y seminarios más intensivos. Por otra parte, estos profesionales, al estar continuamente en contacto con los niños, tienen posibilidad de un aprendizaje más reflexivo, pueden ir confrontando con su experiencia cotidiana lo que desde las diversas asignaturas se trabaja.

Otra cuestión importante a la que es necesario hacer frente es la existencia de numerosos prejuicios sociales sobre la educación infantil, fundamentalmente por parte de los padres y también de algunos profesores. Prejuicios tales como el identificar toda la educación en este período vital con una situación de juego permanente, como un reflejo pendular opuesto al del «academicismo egeibeizador». Reduciendo toda la vida en la escuela infantil a una especie de «surtido de fiestas», con la única finalidad de divertir y entretener a los niños, se descuida el desarrollo intencional de la personalidad infantil de las capacidades, conductas, hábitos, actitudes y conocimientos adecuados y necesarios para una vida más activa, una mejor socialización y el logro de su progresiva autonomía.

Se dan también los prejuicios antagónicos, los de reducir la educación ahora al aprendizaje de la lectura y la escritura. Error apoyado y reforzado desde dos grandes frentes, por un lado por la industria editorial y por las propias administraciones educativas, tanto del estado como de las distintas comunidades autónomas, editando unos y aprobando otros material escolar para el ciclo inicial de la EGB, libros de texto sobre todo, para cuya utilización es condición indispensable saber leer y escribir ya desde el primer día de clase. Y esto sucede, además, en un Estado donde la educación preescolar no es obligatoria. Por otro lado, no podemos olvidar los prejuicios de los propios padres de los niños que, muchas veces, exigen y presionan de muy diferentes maneras a los profesores para que sus hijos acaben la escolaridad en esta etapa infantil dominando tales destrezas instrumentales.

Es por ello que la administración, además de modificar una legislación que permite este desaguisado, debe, apoyándose en lo que se dice en el proyecto de reforma, en su apartado 7.24 (pag. 81) cuando promete que «la administración educativa pondrá los medios necesarios para que los padres de familia de todos los sectores sociales tomen conciencia de la importancia que tiene la educación infantil previa a la escolaridad obligatoria», iniciar, entre otras medidas, campañas institucionales en televisión, prensa y radio informando qué es la educación infantil, y tener siempre presente la existencia de prejuicios.

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UN CUERPO ÚNICO DE ENSEÑANTES

Un profesorado motivado, responsable y con la formación necesaria, necesita además una correcta valoración social de su trabajo. Deben evitarse las falsas jerarquías y los diferentes salarios sólo por el hecho de ejercer un trabajo educativo en una etapa o en otra.

Caminar cara al cuerpo único de enseñantes, es condición necesaria para el abandono de ese pensamiento jerarquizador que lleva a que, a la hora de distribuir competencias en la docencia a impartir, suceda lo que en muchos centros educativos: los profesores novatos o recién incorporados tienen que ocuparse de lo que sus compañeros no desean. Esto significaba, generalmente, la educación preescolar, ya que implícitamente funciona un pensamiento de valoración progresiva de abajo (educación preescolar) a arriba (ciclo superior de EGB, BUP, etc.).

La carrera profesional acostumbra a ser erróneamente entendida, en el mismo sentido y dirección que la carrera que debe realizar un alumno, desde la educación infantil hasta la enseñanza universitaria. Así, un profesor en la medida que vaya acrecentando méritos procurara «exigir» un puesto de trabajo en el nivel y etapa del sistema educativo acorde al prestigio profesional del que se cree merecedor, pero haciendo, la mayoría de las veces, una lectura exclusivamente vertical en la valoración de las etapas y ciclos del sistema educativo.

Ejercer de profesor en la educación infantil se consideró, en muchas ocasiones, un puesto laboral de categoría inferior a la de profesor en el ciclo superior de la EGB; y no digamos ya a la de profesor de bachillerato o universidad. No cabe duda que la duración de los estudios exigidos para desempeñar tal trabajo fue, y sigue siendo, un factor clave para la perpetuación de esta jerarquización. De ahí las exigencias de las fuerzas sociales progresistas, sindicatos, partidos políticos y movimientos de renovación pedagógica, de ampliar estos estudios a un nivel de licenciatura; así, además de poder adquirir una mejor formación, se da un paso gigante cara a un cuerpo único de enseñantes.

No caminar en esta dirección lleva asimismo a la elaboración de proclamas un tanto fuera de lugar, como son las que muchas veces se escuchan cuando algunos profesores, para justificar que su trabajo es muy digno y profesional, o sea que requiere una fuerte cualificación dada la exigencia de las tareas encomendadas, reivindican que los profesores de las etapas superiores (incluyendo aquí a los de universidad) pasen a trabajar al nivel al que pertenecen los docentes autores de la reivindicación. En esta línea, por ejemplo, alguna vez podemos oír cómo profesores de educación infantil solicitan que los de universidad pasen a desempeñar su trabajo en las escuelas infantiles, dado lo difícil y exigente que éste es.

La jerarquización implícita en un pensamiento de este tipo nos habla ya de lo absurdo y paralizante que esto resulta para la conquista de mayores niveles de calidad en educación. Es por ello que la defensa de un cuerpo único de enseñantes es un paso imprescindible que la propuesta de reforma de la enseñanza deberá incorporar, si realmente quiere evitar esta carrera desenfrenada de buenos profesionales hacia ciclos y etapas superiores que no son los suyos.

Es necesario, no obstante permitir la circulación del profesorado a través de ciclos y niveles diferentes del sistema educativo, pero ello por otras razones que no sean las de la «fama» y/o salario que un nivel o ciclo pueda tener.

Bansky

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